No es una exageración afirmar que vivimos una emergencia planetaria y que nuestra vida y la de las demás especies está en riesgo. Hay evidencia científica suficiente para sostener que si no cambiamos el rumbo, la humanidad tiene los días contados.
La manera en la que habitamos el planeta, nuestro modelo de desarrollo actual, un modelo de economía lineal que entiende a la naturaleza como una fuente inagotable de recursos a nuestra disposición, ha dañado la capacidad de la Tierra para sustentar la vida y el bienestar de la humanidad.
En la naturaleza no hay desperdicio, todo lo que vive y muere se convierte en alimento para otros organismos. Esto es parte del conocimiento y sentido común de tradiciones ancestrales y pueblos originales, lo estudian disciplinas como la biomímesis, biomimética o biomimetismo (Janine Benyus), o las escuelas de pensamiento que se sintetizan en la Economía Circular, como la Economía del Rendimiento (Walter Stahel); la perspectiva de diseño Cradle to Cradle (William McDonough, Michael Braungart); la Ecología Industrial (Reid Lifset, Thomas Graedel); el Capitalismo Natural (Amory y Hunter Lovins, Paul Hawkens) o la Economía Azul (Gunter Pauli).
La Economía Circular no es algo nuevo o una moda pasajera entre los activistas y ambientalistas, significa ver a la naturaleza como una fuente de conocimiento, no como una fuente inagotable de materias primas; es reconocer su valor por lo que puede enseñarnos, no por lo que podemos tomar de ella. Todas estas disciplinas y perspectivas nos ayudan a estudiar y entender a la naturaleza, sus sistemas y procesos, como una fuente de inspiración y una oportunidad para modificar la manera en la que nos relacionamos con nuestro entorno y con las demás especies.
Sin embargo, aún cuando poblaciones originarias de todo el planeta ven a la naturaleza como su hogar, como un espacio vital inseparable de sus culturas, y se ven a sí mismas como parte intrínseca de ella, esto ha sido ignorado durante siglos por la civilización occidental y su creencia en el progreso material, económico, industrial.
Todo el orgullo y sofisticación de la cultura occidental y su fe en el crecimiento económico y tecnológico nos tienen al borde de una extinción masiva de especies, incluyendo a la humanidad. A pesar de que es concebible y deseable un sistema productivo que se auto-restaure y auto-regenere con un diseño interconectado e inteligente, tal como ocurre en la naturaleza, cada día que vemos pasar parece acercarnos a un desenlace más bien trágico e irreparable.
La transformación de una economía lineal en una economía circular es posible, pero implica un proceso de cambio y ajuste del paradigma productivo y de consumo tanto de empresas como de individuos. Los ajustes necesarios, y urgentes, requieren diversos niveles de transformación e innovación que van desde la valorización de residuos, el cierre de ciclo de materiales, la extensión de la vida útil de productos y partes, el cambio de productos por servicios, e innovaciones de gestión de datos por medio de plataformas tecnológicas que permitan optimizar el uso de materiales.
Es urgente entender, medir y analizar, los efectos devastadores en el planeta de una economía lineal extractivista y desperdiciadora de recursos, que ha desencadenado graves problemas de contaminación atmosférica, acuática, de suelos y la pérdida de biodiversidad más rápida de todos los tiempos; lo que pone en riesgo la supervivencia de la humanidad.
“La prosperidad humana depende del uso racional del espacio finito y los recursos restantes del planeta, así como de la protección y el restablecimiento de sus procesos sustentadores de la vida y de la capacidad de absorber los desechos.
En los últimos 50 años, la economía mundial prácticamente se ha quintuplicado, en gran parte debido a que la extracción de recursos naturales y energía se ha triplicado, lo que ha impulsado el crecimiento de la producción y el consumo.
La población mundial se ha multiplicado por dos, hasta alcanzar los 7.800 millones de personas y, aunque en promedio la prosperidad también se ha duplicado, unos 1.300 millones de personas continúan siendo pobres y unos 700 millones pasan hambre.
El modelo de desarrollo cada vez más desigual y de alto consumo de recursos impulsa el deterioro del medio ambiente a través del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y otras formas de contaminación y degradación de los recursos.
Los sistemas sociales, económicos y financieros no tienen en cuenta los beneficios esenciales que la sociedad obtiene de la naturaleza, y tampoco ofrecen incentivos para gestionarla de manera racional y mantener su valor.
La mayoría de los beneficios esenciales de la naturaleza carecen actualmente de valor en el mercado financiero, aun siendo la base de la prosperidad actual y futura.”
Fotos y texto: Alberto Nava